Todo sobre mi madre’, de Almodóvar, elegida como el mejor Goya de los Goya
Cecilia Roth en un fotograma de 'Todo sobre mi madre'.
Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar, ha sido elegida por los lectores de EL PAÍS como el filme favorito entre los que han obtenido el Goya a la Mejor película española en las 27 ediciones de estos galardones. Lo ha sido con un 36,97% de los votos. En segundo lugar quedó Tesis, de Alejandro Amenábar (34,98%) y en tercero Los lunes al sol, de Fernando León de Aranoa.
Se trata de una de las películas españolas más premiadas en España (7 Goya) y en el extranjero (Oscar, Globo de Oro y Cesar a película de habla no inglesa, mejor director en Cannes, etcétera) cuyo estreno el 15 de mayo de 1999 fue el inicio de una carrera de éxito de crítica y público, reconocimiento y más prestigio para su director. Así lo registró, entonces, el crítico de cine de EL PAÍS Ángel Fernández-Santos: "Todo sobre mi madre fue respirada por los 2.000 periodistas de todo el mundo que atestaban la sala Lumière con esa peculiarísima comodidad y sensación de euforia que sólo segrega una pantalla cuando está viva, cuando es contagiosa, seductora y embaucadora. La per-meabilidad entre los espectadores y las actrices oficiantes del precioso melodrama fue completa. Había algún temor a que una masa de gente con sensibilidad muy dispar y venida de las cuatro esquinas del planeta no apreciara en todo su bello y divertido alcance la singularidad, ligada a giros y gestos de nuestro idioma, del adorable personaje de Antonia San Juan, que es el eje oculto de la construcción del filme, lo que lo sostiene y eleva cuando le amenaza un bache".
Trailer de 'Todo sobre mi madre', de Pedro Almodóvar.
Monólogo de La Agrado de la película 'Todo sobre mi madre'.
El papel de Antonia Sanjuán como la carismática y vitalista transexual La Agrado se convirtió en uno de los focos de luz de una película donde se hablaba de pérdidas traumáticas, de trasplantes de órganos, del teatro y la vida, de desórdenes sentimentales, de padres a la deriva y de afectos insospechados en una Barcelona que la mirada de Almodóvar capturó con el mismo gusto exquisito que su Madrid nocturno, aunque sin renunciar a las malas calles. La escena final, con la aparición de un travestido Toni Cantó en el cementerio, era uno de esos momentos en la cuerda floja que tanto parecen gustarle al cineasta: uno de los muchos saltos mortales en los que cayó de pie demostrando que lo potencialmente ridículo también podía ser sublime.
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